Qué difícil mañana para el argentino
futbolero medio. Será una semana dura. Digerir otra derrota más en el plano
deportivo no será fácil para un país agrietado y a la espera de un semestre de
cambio (sin que nada lo asegure).
Los argentinos somos así. Ansiosos,
ponemos el fútbol, quizás a la economía y a la política también, en una misma
balanza que ensancha diferencias y nos hace únicos. Muchas veces se deja en
manos de un Dios que no existe.
O si existe, juega al fútbol y lleva
la 10 en la espalda.
El mismo que ayer abatido, mostró su
lado infantil y se dejó llevar por una bronca guiada por las repetidas finales
perdidas. Nadie creyó a Messi cuando dijo: “Se terminó la selección para mí”.
Pero duele, porque somos exitistas.
Esa falsa condición de ídolo extremo
que nunca pidió serlo hoy lo muestra más humano que nunca. El rey sin corona.
Lloró tras la derrota, muchos lo hicimos.
Lloró tras la derrota, muchos lo hicimos.
Messi y Mascherano (lo sumo por
experiencia) forjaron una nueva generación argentina de jugadores que no
supieron decorar un mes de competencia. Que quedaron tan cerca que ese paso
ausente los catapulta hacia la derrota excesiva.
Duele cada palabra y a la vez los
hace grandes. Otra desilusión que nos pone en un escalón significativo del
subcampeón. Algo que el argentino medio no acepta. “Si tengo al mejor jugador
del mundo, tengo que ganar”, piensa.
Y eso lo hace vulnerable. Lo
condiciona y lo esclaviza a un pensamiento futbolero y genuino.
Ahora vendrán semanas de pocos temas
para hablar, o en agosto centraremos la atención en los Juegos Olímpicos y nos
convertiremos en opinólogos y especialistas de equitación y el waterpolo.
Pasionales, así somos.
Repasemos: futboleros, ilusionistas,
ansiosos, exitistas, extremistas, excesivos y pasionales. Así somos.
Pero
de algo pueden estar seguros Messi, Mascherano y todo aquel que criticamos sin
saber lo que significa ser ellos mismos: No renunciamos a nuestras pasiones.
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